
EL PARTIDO QUE SOÑE:
Lo tengo que decir. Siento que necesito escribir de esto. Hace mucho que no me expreso por acá, contando las sensaciones que brotan desde esta humilde alma de hincha que se despierta en estas ocasiones. Son momentos importantes, donde uno se encuentra con hechos que lo mueven, que hacen que la piel se erize un poco.
Al segundo que Larrionda dio el pitazo final en Quito, me emoción se puso en alza. No por la agonía de la definición, ni el pase a la fase de grupos. La Sudamericana me enseñó a sufrir y nuestras vitrinas me explicaron que en esa fase debemos estar por naturaleza. Fue por ellos. Pasé del azul grana del Deportivo Quito a ese amarillo fuerte y ese negro bien oscuro, de esos bastones que nunca vi, de los que tanto me contaron.
Creo que nunca lo vi hablar a mi viejo con tanta pasión de una derrota roja. El se pone charlador en los entretiempos, ve las tribunas, aunque ahora las imagina, y la noche lo lleva a sus viejas aventuras de cancha, cuando era más pendejo y se brotaría y sufriría tanto como yo. Esa noche, me contó sobre ese partido, que tanto sufrió pero que disfrutó. Ese día el Rey nunca había caído tan de pie,nunca una derrota había sido tan digna. La Libertadores de 1987 tenía grupos de 3 equipos en semifinales, y el mejor avanzaba a la instancia decisiva. El Rojo, mi Rojo, se jugaba un pleno. Si ganaba, el oro, si perdía, la nada. La historia empezaba como introduciendo a la epopeya, como a esas gloriosas noches, que parecía que sacaba de una galera sin fondo, porque siempre tenía, y tiene, siempre una más para contar. Narró sobre la formación, los endosiaba a los 11 que defendieron nuestro colores en esa jornada.
Me cuenta de los goles, de como venían, y las cuentas no me daban. Veía que ellos hacían mas goles que nosotros. De repente llego a un 4 a 2 en contra, y me parecía ilógico no haber escuchado una historia de remontada semejante, me sentía un hincha bastante flojo de no saber un hecho de esa envergadura. Cuando vemos que la manga se empieza a inflar, me dice que el partido termina, que nosotros perdemos y que ellos pasan a la final, y la terminan ganando. Yo me quedo extrañado, preguntando para que carajo me ilusiona para contarme que perdimos y que no pasamos. Ganamos siete copas y me cuenta una historia de una que perdimos… “Este ya se está quedando sin historias”, pensé.
Pero el viejo tiene una manera de endulzar las cosas, de justificarlas y contarlas que siempre te termina inflando el pecho. “Ese día jugamos como nunca, hicimos un partidazo. Tocamos como siempre, llegamos y fuimos contundentes. Con la sangre hirviendo y el corazón a mil, esa noche dejaron todo. Pero ellos fueron mejores. Ese día, no había reproches ni desazones, ni tristezas ni lamentos. Jugamos perfecto, pero no nos alcanzo. La cancha se vino abajo en aplausos para ese equipo, como dandole a entender que a veces en el fútbol con hacer todo bien no alcanza. Ese día, aprendimos que nuestra mística es única, pero no es la única”.
Desde esa noche que sueño con volver a ver a esos hombres pisar mi cancha, verlos entrar con sus pechos erguidos, sus miradas socarronas a querer enrostrarnos su éxito y su gloria. Nosotros los esperaremos con la nuestra. El 24 de febrero de 2011 se jugará el primer Independiente – Peñarol del Siglo XXI, el partido de mis sueños. Un rival a nuestra medida, a nuestro nivel. Porque este partido me demuestra por fin, que la historia es un círculo, que las glorias y milagros coperos de los que tanto me contaron, de esos rivales estoicos existen. Ahora me toca vivirlos a mi. Lo veré tranquilo, fascinado y me comeré con los ojos cada instante para grabarlo a fuego en mi memoria, porque estamos viendo la historia escribirse ante nosotros y, alguna vez, un entretiempo y un hincha novato me obligarán a contarla.